Rodin

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Foto Karem Sánchez Noviembre 2015

martes, 11 de julio de 2017

El suelo bajo mis pies

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

(Antonio Machado,
Extracto de Proverbios y cantares (XXIX)


¡Aterrice! ¡Ponga los pies en la tierra! ¡Se le movió el piso! ¡Cuidado, ese es terreno movedizo! Estas son solo algunas de las expresiones del lenguaje cotidiano para hacer referencia a la importancia de andar sobre superficies firmes, no solo en el sentido metafórico sino en el muy literal. Epítomes de la seguridad y la certeza.  

En aras de lo razonable, al distraído, al idealista, al romántico, al locamente enamorado, al que toma riesgos --necesarios o no, se le conmina a abandonar su estado por uno de mayor certidumbre y firmeza. Se le compele a confrontar la realidad monda y lironda definida en términos de lo tangible y sólido. Lo que es supuestamente más estable y compacto.

El suelo bajo los pies es central en la existencia humana en este plano material. Nunca como ahora había pensado en la importancia de la tierra firme, o en su contrario. Inevitable pensar en Colón. Luego de meses en aguas de mares turbulentos y a punto de perder la vida, es salvador el grito ¡Tierra firme!

Desde hace algunos meses vivo con la sensación constante de ir navegando por las raudas aguas del rio Atrato o del rio San Juan del Chocó en Colombia, recuerdo evocador de una experiencia determinante y feliz de mi juventud. Mi cuerpo se mueve y balancea involuntariamente en una búsqueda permanente de equilibrio y estabilidad. Una idea aproximada de la sensación que experimento resulta de recordar cómo es estar de pie en una frágil canoa en aguas tormentosas o en un barco ligero en las aguas ondeantes al son del viento del Mar Caribe rumbo a las deliciosas islas de San Bernardo. Algunos describen esa experiencia, que generalmente es pasajera, como mareo de tierra. El sentirse estar todavía navegando cuando ya se está en tierra. Por fortuna, yo no tengo mareo. No percibo al mundo moverse en torno a mí.  Solo el constante movimiento de mi cuerpo. Yo me muevo en el mundo. El diagnóstico médico que describe esta condición neurológica se denomina temblor axial de origen central. A diferencia de otras condiciones similares que pueden afectar las manos, los pies, la cabeza o la voz, a mí me tiembla algo que no se ve: el eje de mi cuerpo.

No negaré que, sin un adecuado tratamiento, esta condición es incómoda, cansadora y desgastante en lo físico y lo mental. Sin embargo, en ésta como en otras ocasiones, he contado con médicos genuinamente preocupados e interesados por crear las condiciones para que esta paciente pueda disfrutar de una buena calidad de vida. Gracias entonces a los doctores del Servicio Médico de la Universidad del Valle o adscritos al mismo: Dr. Antonio Restrepo, Dr. Carlos Hernández y Dr. Juan Carlos Rojas. También al Dr. Gonzalo Zuñiga Escobar quien en medio de la natural angustia de los primeros momentos tuvo la amable gentileza de decirme en su consultorio --antes de siquiera examinar la pila de exámenes médicos que le llevaba--, ‘Karem, conozcámonos primero’. Su humanidad me tranquilizo.


Así, espero continuar el curso de mis actividades familiares, comunitarias, profesionales y lúdicas de manera relativamente normal y a un ritmo ajustado a las nuevas condiciones. Cada día traerá su afán, y cada buen día será un excelente día para aprovechar al máximo. Eso sí, ahora iré siempre navegando en mi canoa a pesar de que la distancia y las circunstancias me alejen por momentos de los lagos, ríos y mares geográficos y  que ahora, de manera metafórica, se convierten en el suelo bajo mis pies.