Rodin

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Foto Karem Sánchez Noviembre 2015

martes, 11 de febrero de 2014

El Martillo





A Dorys y Luis, mis padres

Pensando en mi amiga D.


Desde hace tres días la imagen de un martillo  me persigue. No puedo dejar de pensar en  ese objeto tan lejano y remoto a mi quehacer. Les contaré como empezó esta especie de fijación y las reflexiones que me ha suscitado.

Gracias al riesgo que algún empresario nacional decidiera tomar y a las maravillas de la tecnología digital, uno de los teatros de Cali en donde usualmente se presentan películas comerciales, transmite los sábados a mediodía las funciones de la Temporada de Ópera que se originan en el Metropolitan Opera House de New York. La experiencia es genial y estimula todos los sentidos. La pantalla de alta definición y un excelente sonido permite apreciar las proezas, casi imposibles del canto lírico. Sopranos, tenores y barítonos despliegan la más amplia y sofisticada  gama de su técnica vocal, interpretativa y artística. Se  recrean historias: dramáticas unas veces, cómicas otras,  de crítica social o de  cuentos de hadas. Integran las soberbias producciones artistas de primera línea, una orquesta magnífica,  vestuarios de lujo,  el maquillaje y la utilería que logran la personificación y el detalle. Todo, en el marco de una asombrosa escenografía.



Una  las   ventajas que tiene el ver estas producciones en el teatro de cine en Cali y no en el teatro de Opera de New York reside en que, entre acto y acto, durante los intermedios,  las cámaras muestran al público lejano lo que sucede  del telón  hacia adentro. En la función de hace tres días era imposible no admirar como, en el breve lapso de 15 minutos,  por obra, gracia, pericia y precisión de técnicos y carpinteros, el hogar de hogar de ninfas fantásticas, un espeso bosque nocturno y el lago que escondía en sus profundidades  al duende del agua, se trasformaba  en el palacio esplendoroso y fulgurante del príncipe enamorado. Más sorprendente aún, apreciar cómo, para  el último acto y en otros cronometrados 15 minutos, el palacio desaparecía para dar lugar nuevamente  al bosque encantado. ¡Allí apareció el martillo!







En efecto, la herramienta por excelencia en este montaje y des-montaje (¿?) de escenarios es el martillo. Y por primera vez me di cuenta que de los muchos,  o pocos martillos que haya podido ver en mi vida, ya sea en acción o depositados en alguna mesa o silla, solamente había visto su mitad más promocionada. La parte del martillo que sirve para clavar. La que golpea fuerte, la que asegura estabilidad, la que por su acción construye y fija formas y estructuras.

Inevitablemente pensé en mi padre. El, ingeniero de profesión, tenía el don de armar y construir cosas. Su caja de herramientas,  aquella en donde el martillo y su hermano mellizo el destornillador no podían faltar (además, por supuesto, de montón de llaves inglesas y de otras nacionalidades, tuercas y tornillos de todos los tamaños), era una especie de  caja mágica que  resolvía los mil y un  problemas de reparaciones domésticas, repisas faltantes  o estantes necesarios que mi madre le solicitara.  Siempre dispuesto y  hábil, mi padre entonces hacía gala de sus destrezas.  

Gracias al martillo de mi padre,  atestigüé en mi niñez el despliegue de todos estos artilugios  de construcción y fijación. Creo que desde esa época solo vi ‘esa mitad’ del martillo. La que propicia una cierta inmutabilidad. No sé por qué, la idea de que un clavo martillado en un punto preciso de la pared es eterno e inamovible, quedó también fija  en mí. Vista así, esa herramienta sólo afianza, hace persistir, incrusta. Es tal vez de allí que proviene la expresión que usamos en el lenguaje cotidiano para hacer referencia a la insistencia y a una cierta terquedad: otro martillar, ya no el producido por el instrumento sino por la expresión de la palabra.





Pero hace tres días, al ver la velocidad de acción de los técnico y carpinteros para transformar  la escenografía en  la Opera,  al producirse la metamorfosis vertiginosa del ambiente, de repente vi ‘la otra mitad’ del martillo. La que sirve para desclavar. La que los conocedores llaman la uña y se usa para remover lo que parecía  hasta no hace mucho inamovible. No pude evitar pensar que el martillo, ese martillo con su doble función, es también un símbolo y metáfora de una cierta actitud frente a las cosas, frente a la vida. Todo depende qué parte del martillo usamos o preferimos usar. La que busca permanencia e inmutabilidad, o la que desarma para dar lugar a nuevas formas, cambio y variación.

A pesar de que pareciéramos centrar la atención solo en la parte del martillo que fija y da permanencia,  éste es todo y uno cuando también vemos la parte que promete transformación  y cambio. Al final, en el flujo constante que es la vida, todo cambia. Como dice la canción.




Todo Cambia
Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Cambia el más fino brillante
De mano en mano su brillo
Cambia el nido el pajarillo
Cambia el sentir un amante

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia


Cambia el sol en su carrera
Cuando la noche subsiste
Cambia la planta y se viste
De verde en la primavera

Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi tierra y de mi gente

Y lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana

                                                                             (Julio Numhauser)