Rodin

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Foto Karem Sánchez Noviembre 2015

domingo, 25 de agosto de 2013

La importancia de un Café



Pensando en Y.B.D, J-M.L y J.R.CH.
Quienes mucho han conversado en un
Café


Hace ya más de dos décadas llegó a mis oídos, como un rumor en medio del tumulto, el nombre de dos Cafés muy importante en Paris, El Café de Flore y Les Deux Magots. En aquella época, de ellos solo supe que eran lugares de encuentro de intelectuales, artistas y turistas. También supe que, por alguna razón que no comprendí bien ni me interesó comprender, algunos de mis amigos preferían reunirse en el Café de Cluny. Conversaban, hacían planes y proyectos grandiosos y sobre todo consolidaban su amistad.

En 2006, en camino a un evento académico, pasé por Paris y quise que mis pies buscaran sus pasos en  lugares recorridos dos décadas antes, pero también que siguieran  los de aquellas regiones que, por una u otra razón, se habían quedado solo en el deseo y en  el recuerdo de los  rumores. Descubrí destellos de la maravillosa ciudad y en el recorrido, también me descubrí. Las estrechas  callejuelas, el concierto de órgano solo para mí en una pequeña iglesia del Barrio Latino y por fin… El Café de Flore. Sin saber con exactitud donde me encontraba excepto por el recuerdo de aquellos rumores de antaño, me senté allí a tomar un café y a ver pasar el bullicio de la  vida  parisina por cerca de tres horas sin que nadie me molestara.


Foto: Karem Sánchez de Roldán

El recuerdo sereno y feliz  de esas horas allí  pasadas hace poco me llevó de nuevo a ese lugar de la ciudad. Esta vez, de manera intencional y planeada, me informé sobre la historia de estos Cafés  y me maravillé  al saber lo importante que puede ser un Café. En  el Café de Flore y Les  Deux Magot largas horas pasaron Guillome Apolinaire, Lous Aragon,   André Gide, Picasso, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Hemingway, Truman Capote, Lawrence Durell y Ernesto Sábato, entre muchos otros. Se dice que, durante la segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana de Pari, Sartre escribió "Durante cuatro años, los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad". Por alguna extraña razón los nazis no se aproximaron al lugar. Hoy, ambos cafés continúan entregando anualmente premios literarios a jóvenes talentos bajo la guía de jurados prestigiosos. Estos dos cafés y muchos otros en Paris (y seguramente en otras ciudades) siguen vivos y cumpliendo un  importante papel como espacios de socialización y de promoción de la cultura.



Foto: Karem Sánchez de Roldán


Guardadas las proporciones recordé, también como un rumor en medio del tumulto,  la misma aureola de importancia que rodeaba en Cali al Café de los Turcos. Un lugar emblemático de la ciudad,  punto de encuentro, conversación y tertulia  de escritores, poetas y políticos. No en ese contexto, sino más bien en el de almuerzo dominguero familiar varias veces estuve con mi esposo e hijos  en El  Café de los Turcos. Era encantador. Creo que íbamos buscando las huellas  perdidas de un antepasado no lejano del que nos hubiera gustado conocer más.  Según supimos, en décadas ya  idas frecuentaba  el lugar. Ese tácito deseo de encontrar parte de raíces nos movía.   Creo también que íbamos buscando las fragancias, aromas y sabores de platos que nos transportaban con  el recuerdo a la atmósfera de las tierras sagradas de Haifa, Akka y Bahji hacia donde el corazón y un poderoso  vínculo espiritual nos dirige.





El ritual comenzaba con el jugo de mandarina, luego los platos fuertes. Todavía recuerdo la cara de asombro del mesero cuando le solicitábamos lo que él llamaba ‘esa sopa fría’: yogurt  con cocombro pimienta y sal  que en el menú aparecía como ‘sopa árabe’. Con ella nos deleitamos así como con el humus y la berenjena,  el tabulé y otras delicias de platos de la cocina levantina.  Como postre, esperábamos la llegada de los greibis y baklawas, guardados en grandes frascos de vidrio con tapa blanca que reposaban sobre un escaparate antiguo cerca del mostrador principal. Y por supuesto, no podía faltar el espeso café árabe.

Desde nuestra mesa, siempre la misma a la derecha y cerca de la ventana que daba a la calle, veíamos tanto el  decorado general, sencillo y algo anticuado a mis ojos,  y  a los demás comensales y visitantes: algunas familias como nosotros, otros, políticos,  intelectuales, académicos, ‘gente de la cultura’.  Todo le concedía al lugar esa atmósfera mágica que emana de la conversación profunda, de los proyectos por realizar, de los planes por afinar, del proyecto de historia, novela o poesía hacia el futuro. Se conversaba, se discutía, se argumentaba… se soñaba en medio de los aromas del café y a su propio ritmo.






En aras de la renovación urbana, El Café de los Turco, ya no existe más. Hace un mes largo fue demolido. Vi las imágenes de su destrucción que circulan por internet. Simultáneo con el sonido del estallido mortal, sentí un nudo en la garganta. Como cuando fallece un ser querido. No solo era un lugar especial de encuentro el que desaparecía. Era el símbolo de una forma de estar y un  tempo el que se acababa. ¿Podrán  Starbucks y Juan Valdéz reemplazarlo? No lo sé, sin embargo, sigo pensando en la importancia de un Café.





En un Café

A veces me metía en un café 
acompañado de mi soledad
y quería pensar y no pensaba
porque en la esquina del tumulto ajeno
me convocaba algún silencio simple
uno es tan único que no consigue 
ser como otros y menos no sernos
 levantamos y desmoronamos 
con los recuerdos o con los despistes
mirarse adentro puede tener gracia
y también puede convertirse en duelo
nos conocemos tan precariamente 
que respiramos y eso nos asombra
el corazón aporta sus latidos 
y los sentimos con un ritmo ajeno
es cierto / me metía en un café
y los otros pasaban y pasaban
pero no me dejaban ni un vistazo 
para que lo escondiera en mi guarida

Mario Benedetti
Testigo   de uno mismo



jueves, 7 de marzo de 2013

Entre el ruido y el silencio

La experiencia de los  contrastes,  en la cual el sonido es protagonista ya sea por su ausencia  o su presencia es, por decir lo menos, asombrosa. Después de pasar cuatro años en un lugar en donde el silencio es rey, regreso a donde reina el ruido.

En donde me encontraba, los gritos ya fueran de  alegría o de enojo, están tácitamente  vedados. Se consideran agresión. Pitar, o sonar la bocina del automóvil, sólo se hace en caso de extrema urgencia, de lo contrario, el autor se hace acreedor a una cuantiosa multa. Escuchar música individualmente, requiere el uso de audífonos. Nadie escucha los gustos musicales del vecino. En los trenes existe el vagón del silencio, identificados con una gran S. Allí está prohibido hablar con los compañeros de viaje, hacer uso del teléfono móvil o producir cualquier tipo de ruido molesto, so pena de  hacerse acreedor al llamado de atención de quienes controlar el tren. Se aprecia el silencio. Se exige.
  En donde estoy ahora, pareciera suceder  lo contrario. Se aprecia el ruido.

Los automóviles pitan antes de  la milésima de segundo existente entre el momento en que el semáforo cambia de amarillo a rojo. Pitan para saludar, pitan para alabar la belleza de la linda  chica que pasa caminando, pitan para insultar, pitan para pedir permiso para cometer una falta de tránsito con la anuencia de todos los demás  conductores que, más tarde o más temprano cometerán la misma falta, es la costumbre. Pitan para anunciar que llegaron, pitan para avisar que se van.
La música, en toda su enorme variedad (vallenato, salsa, reggaeton, balada, rock y cualquier que usted pueda imaginar), las más de las  veces a ensordecedores volúmenes, es protagonista omnipresente: en  los buses, en las taxis, en los carros particulares, en los supermercados, en los centros comerciales. Y cuando no es música, entonces  son los programas radiales o televisivos  que difunden desde lo baladí hasta lo trascendente. Desde el más reciente escándalo del actor de moda hasta  la noticia internacional del último minuto. Eso sí, sin faltar en algún momento la narración emotiva y exuberante del partido del futbol del momento y, luego, el interminable análisis del encuentro,  de la acción de cada uno de los jugadores y, por supuesto, de la estrategia del director técnico, También sorprende la simultaneidad de los sonidos. La radio, la televisión, el teléfono móvil, los videojuegos, todo a la vez. Se aborrece el silencio.

Más allá de los contextos,  las historias y  las diferencias culturales, estas divergencias y sus implicaciones plantean interrogantes. ¿Por qué, a toda costa, parece que quisiéramos escapar del silencio? ¿Por qué el miedo ante la ausencia del sonido? ¿Es el bullicio una forma de eludir lo que no se quiere enfrentar?
La verdad, no lo sé. Cada uno  puede encontrar sus propias respuestas. De pronto se detesta el silencio por su frecuente asociación con la enfermedad, la tristeza y la muerte. Se le invoca en los momentos de angustia y desconsuelo. En el hospital, a la hora de visitar  enfermos se encuentra la señal que  pide silencio. En el funeral se impone el silencio, a lo más, el susurro.

El ruido distrae y llama los sentidos  hacia la fuente del sonido y su emisión. Nos desvía de nosotros mismos, nos vierte hacia el exterior. Impide pensar.
El silencio es necesario. Invita a la reflexión,  a la meditación, a la introspección, al encuentro con el ser interior y su estado. Allí donde se es lo que se es, sin velos ni ocultamientos.

Entre el ruido y el silencio se encuentra universos de posibilidades para el crecimiento espiritual, la creatividad y el desarrollo personal. El tema no es nuevo. Ya en el siglo XVI, Fray Luis de León, luchando contra sus propias pasiones y en búsqueda del apartamiento de las tentaciones del mundo, en uno de sus más bellos poemas acuñó la expresión que aún hoy llega hasta nosotros a veces fuera de su contexto: ‘el mundanal ruido’. Aquí los versos sugerentes del  poema:

Vida retirada

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Fray Luis de León

Ruido y silencio han sido temas para los poetas de todos los tiempos. Para la muestra este bello poema de Octavio Paz, en donde tal vez se encierran claves certeras para resolver esa tensión permanente, esa contradicción ineludible entre el ruido y el silencio. Escuchemos al poeta:

Silencio

 Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

Octavio Paz