Pensando en AM y S, ellos saben por qué
Existen sonidos definitivos. El del trueno
de una tormenta tropical, el del tremor de un terremoto, el de las olas de un
mar embravecido. El del disparo de un arma de fuego, el del llanto de un alma
afligida, el de las carcajadas felices del grupo de amigos en momento de
alegría.
Con los avances tecnológicos ciertos
sonidos desaparecen y otros entran al registro del panorama auditivo. En los
ámbitos urbanos contemporáneos, en general, es raro escuchar los ejes de la
carreta tal como un poético cantor los inmortalizará. Es menos frecuente oír el pregón de los
vendedores de tomate y plátano verde en las calles del vecindario –ese
pintoresco supermercado ambulante en forma de carreta empujada por la fuerza
emanada de la urgencia por batallar contra la pobreza y lograr la supervivencia.
Ya no se escucha el teclear de las antiguas máquinas de escribir, ese crepitar
o su silencio, cuya velocidad definía tanto la eficiencia secretarial como la
efervescencia creadora de escritores consumados o en potencia.
En su lugar, han aparecido otros registros
sonoros.
El de los golpes de los dedos contra el
teclado de las pantallas de dispositivos digitales: Teléfonos inteligentes,
tabletas, computadores, cajas registradoras, solo para mencionar algunos.
Los teléfonos móviles entonan hoy inusuales
‘ringtones’. Estos van desde el
sonido de una nave espacial extraterrestre invocando realidades propias de las
películas de ciencia ficción, o el de las primeras notas de la pequeña serenata
de Mozart, o el del más reciente éxito popular de salsa o bachata, sin contar
con los otros cientos que ofrece cada nuevo modelo de aparato y su conexión a
internet. Hay para todos los gustos y estos van de acuerdo con el contexto geográfico,
social y cultural.
Asociados a los anteriores, y en versiones
adicionales, se encuentran también los sonidos de los mensajes entrantes o
salientes del whasapp: risitas irónicas, silbidos reconocidos como piropos, trenes
a toda velocidad. En fin, hay también aquí enorme variedad. En el más apacible
de los casos, más en un acto de preservación de la privacidad que disfraza la
distracción, la falta de atención, o el aburrimiento, y menos en vena de acto
caritativo para con quienes acompañan de forma circunstancial al portador del
dispositivo inteligente, se encuentra el sonido del teléfono en modo de la
vibración. Ese ronroneo espasmódico de gato perezoso que anuncia sin parar las
miríadas de interacciones con el mundo digital, --no necesariamente con las
personas-- propiciadas por las ubicuas conexiones a internet.
Tal vez, en ruidosa paradoja, el sonido
que menos ahora se escucha el del tradicional tic-tac del reloj. Los relojes
digitales han enmudecido el recordatorio del paso del tiempo que las nuevas
rutinas de la vida moderna hacen correr de forma vertiginosa. Es por eso que el
tañer de la campana una iglesia me parece tan especial.
Asentada en una suave colina, en medio de
frondosos bosques europeos, en una pequeña villa de origen medieval, se escucha
aún hoy el resonar de las campanas de una iglesia. Vestigio y recordatorio de
un lejano pasado que sigue presente. Tradición e identidad para algunos, tal vez
anacronismo total para otros. El repicar de la campana, ahora regulada por computador,
anuncia el amanecer, el pasar de cada cuarto de hora y marca con el número
correspondiente de campanadas cada una de las horas del día. Llama al ángelus, esa costumbre religiosa del
que probablemente pocos conocen la dimensión histórica de sus orígenes católicos
a principios del siglo XIV, o recuerden su significado de llamado a la oración.
Y por supuesto, anuncian las campanas
con su con sonoridad eufórica o lúgubre, según el caso, los acontecimientos trascendentales
de la vida: nacer y morir.
Imposible no recordar y reflexionar en el epígrafe
de la magnífica y tremenda obra de Ernest Hemingway Por Quién doblan las campanas.
‘Nadie es una isla, completo en sí mismo;
cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la tierra; si el mar se
lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un
promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; la muerte de
cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y, por
consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas; doblan por
ti.'
John Donne
Foto: Esch-sur-Sûre. Karem Sánchez, 2017 |
1 comentario:
Excelente escrito ,mis más sinceras felicitaciones.
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