Rodin

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Foto Karem Sánchez Noviembre 2015

domingo, 5 de diciembre de 2010

El nombre de las cosas

A pan, pan y al vino, vino! Así reza el refrán popular que invoca, por una parte,   la sinceridad,   y por otra, a  la urgencia de  llamar las cosas por su nombre. Ambas son condiciones indispensables para lograr una buena comunicación y propiciar el tan necesario diálogo. Sin embargo, este refrán que invita a la urgencia de la acción dice muy poco de las dificultades y obstáculos ocultos detrás de la  importante tarea de  ponerle un nombre a las cosas. Tampoco nos dice mucho sobre  la influencia o poder  que el  nombre de la cosa puede ejercer sobre ella.

Un ejemplo relativamente familiar ilustra el caso ¿Recuerdan con cuánto empeño  padres y madres  buscan EL nombre de los hijos e hijas por venir? Las listas son largas, las consultas diversas y finalmente cuando aparece  el adecuado, una magia especial indica a los futuros padres que ESE es el nombre, no otro, el que corresponde  al retoño esperado. Esto, que puede ser apenas  una experiencia más de la vida cotidiana, el  ponerle nombre al bebé, es en realidad parte de  un problema mucho más complejo cuyo tratamiento filosófico  se  remonta a la Antigua Grecia y sigue vigente hasta nuestro días.

Llegué  a este tema por  caminos diferentes. Les contaré.

Jorge Luis Borges inicia su poema El Golem[i] con estos bellos  y evocadores versos que son, en mi opinión,  un tratado de filosofía en miniatura:

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'
.

¿Quién es el griego al que se refiere Borges y quién Cratilo? Empecemos por Crátilo. Este era un filósofo griego del siglo V A.C.,  alumno de Heráclito de Efeso de quien tal vez nos acordemos porque en las clases de filosofía del colegio nos dijeron que decía “nadie se baña nos veces en las aguas de un mismo río”. Pues bien, Cratilo, como buen alumno de su maestro, fue más allá, y llegó a decir que ni siquiera nos podíamos bañar una sola vez en las aguas del mismo río pues apenas metíamos un pie en el agua, el río ya era no era el mismo. Su idea de que todo estaba en movimiento y cambio permanente  le llevo a la conclusión según la cuál las palabras y las cosas a las que se refieren también están en constante cambio. En consecuencia, la comunicación era imposible. Crátilo renunció a hablar y limitó su comunicación a señalar las cosas con el dedo.
El griego al que se refiere Borges es Platón en referencia a uno de sus diálogos: Cratilo o de la exactitud de los nombres[ii]. En este diálogo, Hermógenes invita a Socrates a mediar en la discusión que el primero sostiene con Cratilo sobre la exactitud de los nombres. Mientras Cratilo asegura que los nombres son “exactos” por naturaleza y por ello  algunos no corresponden a quienes los llevan, Hermógenes sostiene que la exactitud de los nombres es un “pacto”,  consenso” “convención” o “hábito”. En esta obra Platón se plantea así la complejidad intrínseca del problema de  llamar a las cosas por su nombre o al menos de designar las cosas con un nombre.
No vayan ustedes a creer que este asunto es menor y solo cosas de filosofía antigua  para expertos. De una y otra manera estamos confrontados a encontrar como  nombrar o referirnos   a las cosas: cualidades, actitudes,  objetos, situaciones, fenómenos naturales y sociales…. Cuántas veces no nos hemos detenido  buscar las palabras exactas, salvavidas que nos  rescatan de la profunda  laguna del “no sé cómo decirlo”.

La urgencia de buscar el nombre  o la palabra precisa es tanto más frecuente  en cuanto vivimos en una época en donde  lo inédito, la innovación y el cambio están al orden del día.  A título de ejemplo consideremos algunos aspectos en  la evolución del contenido de  la expresión “exclusión social” infelizmente de tan frecuente uso en nuestro contexto.
La revisión de  la literatura indica que fue el francés René Lenoir el primero en usar la expresión en 1974 para referirse a los discapacitados físicos y mentales, a las personas con tendencias suicidas, a los drogadictos, a los delincuentes y a los inadaptados sociales entre otros. Con el paso del tiempo y de la aparición de nuevas situaciones sociales, el término se empleó en Francia para referirse  a los jóvenes que egresaban de las escuelas secundarias y no se podían insertar en el mercado laboral ante la imposibilidad de continuar la educación superior. Frente a  las crisis económicas mundiales posteriormente se empleó la expresión  para referirse a “los olvidados del crecimiento económico”, los nuevos pobres, en el contexto europeo.
El uso de exclusión social, hoy trasladado a contextos geográficos, sociales, políticos y culturales distintos, y  su continua redefinición para dar cuenta de  nuevos  problemas de variadas dimensiones  con los cuales se ven confrontados grupos sociales diversos en función de la raza, la religión, el género, la ubicación geográfica, entre otros,  ha dado lugar al carácter difuso e indefinido de aquello a lo que queremos aludir por exclusión social. Por eso hoy una de las dificultades en este tema tiene que ver con enfrentar múltiples definiciones.
El asunto no es menor. En política simbólica, el poder de asignar un nombre a un problema social tiene vastas implicaciones en las políticas consideradas adecuadas para resolverlo. Y yo me pregunto, todas las políticas, planes  programas y proyectos para aliviar la exclusión social a ¿qué cosa se están refiriendo?
Parece que nos debatimos entre conocer y reconocer las cosas,  ponerles un  nombre para relacionarnos con ellas y poderlas  resolver. De pronto todo se trata  de lo mismo. Platón, Cratilo, Hermógenes y Borges nos asistan. 

 En otro tono el poeta cubano José Angel Buesa (1910-1982) contribuye a esta reflexión:

Poema de las cosas
Quizás estando sola, de noche, en tu aposento
oirás que alguien te llama sin que tú sepas quién
y aprenderás entonces, que hay cosas como el viento
que existen ciertamente, pero que no se ven...

Y también es posible que una tarde de hastío
como florece un surco, te renazca un afán
y aprenderás entonces que hay cosas como el río
que se están yendo siempre, pero que no se van...

O al cruzar una calle, tu corazón risueño
recordará una pena que no tuviste ayer
y aprenderás entonces que hay cosas como el sueño,
cosas que nunca han sido, pero que pueden ser...

Por más que tú prefieras ignorar estas cosas
sabrás por qué suspiras oyendo una canción
y aprenderás entonces que hay cosas como rosas,
cosas que son hermosas, sin saber que lo son...

Y una tarde cualquiera, sentirás que te has ido
y un soplo de ceniza secará tu jardín
y aprenderás entonces, que el tiempo y el olvido
son las únicas cosas que nunca tienen fin.


Lo pueden escuchar en la voz del poeta aquí:



[i] http://www.los-poetas.com/b/borges1.htm#EL GOLEM
[ii] http://www.philosophia.cl/biblioteca/platon/Cratilo.pdf

2 comentarios:

adriana dijo...

Me encanto este texto...creo que las denominaciones nos cargan sin la menor duda. Sin embargo, cada palabra es en ella misma (como dice Borges) pero también compone frases y al tener que alternarse con otras palabras, su sentido inicial se puede ver ferozmente trastocado. Esto,es una metáfora que se traslada a las ciencias sociales, no sólo en el plano de denominar lo que se hace sino cómo esa denominación cambia al exponerla. Se me ocurren mil cosas más, pero no haré esto tan largo.
Un abrazo Karen y gracias por compartirlo...

Anónimo dijo...

Por que no:)