Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
(Antonio Machado,
Extracto de
Proverbios y cantares (XXIX)
¡Aterrice!
¡Ponga los pies en la tierra! ¡Se le movió el piso! ¡Cuidado, ese es terreno
movedizo! Estas son solo algunas de las expresiones del lenguaje cotidiano para
hacer referencia a la importancia de andar sobre superficies firmes, no solo en
el sentido metafórico sino en el muy literal. Epítomes de la seguridad y la certeza.
En
aras de lo razonable, al distraído, al idealista, al romántico, al locamente
enamorado, al que toma riesgos --necesarios o no, se le conmina a abandonar su
estado por uno de mayor certidumbre y firmeza. Se le compele a confrontar la realidad
monda y lironda definida en términos de lo tangible y sólido. Lo que es
supuestamente más estable y compacto.
El
suelo bajo los pies es central en la existencia humana en este plano material. Nunca
como ahora había pensado en la importancia de la tierra firme, o en su contrario.
Inevitable pensar en Colón. Luego de meses en aguas de mares turbulentos y a
punto de perder la vida, es salvador el grito ¡Tierra firme!
Desde
hace algunos meses vivo con la sensación constante de ir navegando por las
raudas aguas del rio Atrato o del rio San Juan del Chocó en Colombia, recuerdo evocador
de una experiencia determinante y feliz de mi juventud. Mi cuerpo se mueve y
balancea involuntariamente en una búsqueda permanente de equilibrio y
estabilidad. Una idea aproximada de la sensación que experimento resulta de
recordar cómo es estar de pie en una frágil canoa en aguas tormentosas o en un
barco ligero en las aguas ondeantes al son del viento del Mar Caribe rumbo a
las deliciosas islas de San Bernardo. Algunos describen esa experiencia, que
generalmente es pasajera, como mareo de tierra. El sentirse estar todavía
navegando cuando ya se está en tierra. Por fortuna, yo no tengo mareo. No
percibo al mundo moverse en torno a mí.
Solo el constante movimiento de mi cuerpo. Yo me muevo en el mundo. El
diagnóstico médico que describe esta condición neurológica se denomina temblor axial de origen central. A diferencia
de otras condiciones similares que pueden afectar las manos, los pies, la
cabeza o la voz, a mí me tiembla algo que no se ve: el eje de mi cuerpo.
No
negaré que, sin un adecuado tratamiento, esta condición es incómoda, cansadora y
desgastante en lo físico y lo mental. Sin embargo, en ésta como en otras ocasiones,
he contado con médicos genuinamente preocupados e interesados por crear las
condiciones para que esta paciente pueda disfrutar de una buena calidad de
vida. Gracias entonces a los doctores del Servicio Médico de la Universidad del
Valle o adscritos al mismo: Dr. Antonio Restrepo, Dr. Carlos Hernández y Dr. Juan
Carlos Rojas. También al Dr. Gonzalo Zuñiga Escobar quien en medio de la
natural angustia de los primeros momentos tuvo la amable gentileza de decirme
en su consultorio --antes de siquiera examinar la pila de exámenes médicos que
le llevaba--, ‘Karem, conozcámonos
primero’. Su humanidad me tranquilizo.
Así,
espero continuar el curso de mis actividades familiares, comunitarias,
profesionales y lúdicas de manera relativamente normal y a un ritmo ajustado a
las nuevas condiciones. Cada día traerá su afán, y cada buen día será un
excelente día para aprovechar al máximo. Eso sí, ahora iré siempre navegando en
mi canoa a pesar de que la distancia y las circunstancias me alejen por
momentos de los lagos, ríos y mares geográficos y que ahora, de manera metafórica, se convierten
en el suelo bajo mis pies.