Para
A, una bailarina, una artista
El mundo no puede seguir como va. Y por mundo quiero
decir los seres humanos, las relaciones entre ellos, y entre ellos y la
naturaleza. No puede continuar la guerra implacable con saldos de muerte
insostenibles. No puede continuar la desvalorización de la vida humana y sus
realizaciones artísticas, científicas y culturales más elevadas. No puede continuar la
mercantilización de todo y de todos. No puede continuar el triunfo de la
indiferencia, la apatía y el cinismo. No puede continuar la ceguera e
indolencia frente al poder transformador
del amor, la compasión y la generosidad. ¡No puede continuar!
‘De poder, se puede’ dirá el cínico. Sí, es verdad.
Pero esta vez lo que está en riesgo es
el reconocimiento de la naturaleza noble y superior del ser humano, la
supervivencia de la especie humana y del
planeta en que habita, entre muchas otras cosas ¿Podemos darnos el lujo de
seguir por la senda actual? Difícilmente. Quienes coincidan con este punto de
vista inevitablemente resultarán preguntándose ¿Cuáles son, entonces, las
posibilidades del cambio? ¿En manos de quién está? ¿De otros y no de nosotros?
¿De cada uno?
Las muchas posibles respuestas a estos interrogantes
pueden agruparse al menos en dos grandes vertientes. La primera es aquella que
descarga toda la responsabilidad en un abstracto e indeterminado ‘otros’ alejando así la posibilidad de acción del ámbito individual
y personal. Cambiar el mundo y transformarlo es tarea de otros: Los que se encuentran
en los ámbitos de poder (político, económico, financiero, administrativo) y
pueden tomar las grandes decisiones. Son los poderosos, quienes como hábiles titiriteros de este gran teatro, pueden manejar los hilos de una humanidad aparentemente inerme, inconsciente y
subordinada.
Una segunda vertiente, resuena y recoge un cierto
sentido de impotencia en el cual las voces de quienes se expresan,
apabullados por la magnitud de la
tarea, apuntan a destacar su inferioridad en número,
en alcance e influencia de cara
a los prevalecientes ámbitos de poder. De estas consideraciones
solo resulta la parálisis, la inacción. Pareciera entonces que nos encontramos
en la sin salida. ¿En dónde se encuentran los héroes destinados para acometer tan
grandes hazañas, imposibles a toda luz?
Tal vez Hércules, el mítico héroe griego, evoca el mejor ejemplo de quien logra lo imposible,
lo sobrehumano. En razón del capricho de los dioses del Olimpo se ve obligado a
elegir entre el vicio y la virtud, optando por ésta última. Sujeto de la ira de
Hera, se ve condenado a cumplir penitencia por un terrible crimen cometido: los
famosos doce trabajos de Hércules. Vencer lo invencible, modificar lo inmodificable,
lograr lo imposible gracias a su extraordinaria fuerza, potencia y astucia. No en vano llega hasta
nuestros días el adjetivo ‘hercúleo’ para referirnos a aquello que exige un
esfuerzo más allá de lo humano.
Pero ¿Será definitivo que las grandes transformaciones
y cambios se producen solo gracias a las poderosas fuerzas de ese abstracto ‘otros’?
¿Qué papel el común de los mortales,--que somos todos, estamos llamados a
desempeñar? No acepto como respuesta a este interrogante ‘ninguno’.
Según la
teoría del caos, bajo ciertas condiciones un pequeño cambio puede generar
grandes transformaciones. Bien lo ilustra Ray Bradbury en su fabuloso cuento el
Ruido de un Trueno[1].
En
este sentido, resulta inspirador el antiguo
proverbio chino del cual toma su nombre el llamado efecto mariposa: “el aleteo de las alas de una mariposa puede provocar un
Tsunami al otro lado del mundo". Esta imagen
destaca las posibilidades de las pequeñas acciones como generadoras de grandes
cambios.
Me
resulta inevitable pensar en el texto de los Escritos Sagrados Bahá’is: “El
mejoramiento del mundo puede ser logrado por medio de hechos puros y hermosos
por medio de una conducta loable y correcta”. Esta es, en verdad, una forma del
batir de las alas de la mariposa al alcance de todos. Aunque a veces hasta este batir de las alas de una mariposa puede
resultar una labor hercúlea. Pero ciertamente, vale la pena, produce su efecto
y contribuye a la transformación.
[1] http://www.xtec.cat/centres/a8031034/DEPARTAMENTS/LLENGUA_I_LITERATURA_CATALANES/PEPPARE/documents/Ray%20Bradbury%20-%20El%20Ruido%20de%20un%20Trueno.pdf