Para uno que consuela, el Dr.
Augusto Ramirez
Desde hace tres meses
enfrento una condición de salud que ha
puesto a prueba todos mis recursos espirituales, físicos y emocionales. Una parálisis
de Bell que afecta el lado derecho de mi cara. Su manifestación más visible es
la deformidad que produce y que ha hecho que en ciertos espacios se me
reconozca como la señora de la cara torcida. Después de la primera semana de su
manifestación desapareció el dolor inicial. Solo quedó la rigidez y la asimetría
facial que con los más variados tratamientos, convencionales y alternativos,
además de mucha paciencia empieza a ceder. El remedio más certero para el
alivio, me dicen todos, es el tiempo y la paciencia. Conversando sobre lo
intempestivo de su aparición, uno de mis hijos me ha dicho que esta es mi ‘enfermedad de reflexión’. Después de casi
doce semanas de sentir que navego en montañas rusas físicas y emocionales creo
que él tiene toda la razón. Esta, como muchas otras enfermedades graves y no
tan graves, me ha brindado la oportunidad de reflexionar sobre aspectos que los afanes y trajines de la vida
cotidiana normal no dejan percibir en toda su magnitud. A algunos de ellos
quiero referirme en esta oportunidad.
En primer lugar, al enorme amor, cariño, afecto, solidaridad,
apoyo, paciencia y comprensión de familiares, amigos, colegas, estudiantes y
conocidos. Todos con sus oraciones, voces de aliento y esperanza me han ayudado
a sobrepasar los pozos profundos de la desesperación y el desaliento cuando éstos
me han atacado en los momentos más difíciles. ¡Cuánto aprecio ahora como
receptora agradecida el significado de cada uno de esos términos que expresan cualidades
y virtudes! Las flores, tarjetas, mensajes alentadores, saludos enviados, los pensamientos…
hacen parte de ese necesitado bálsamo curativo.
En segundo lugar, lo mucho que significa en estos tiempos que
corren el poder tener acceso a una
atención médica integral y oportuna. Algo que hoy, al leer las noticias en los
medios de comunicación, parece ser el privilegio
de unos pocos y no de todos como debería ser al tratarse de uno de los más
elementales derechos humanos: El derecho a la atención de la salud. No puedo
menos que agradecer a todo el personal del Servicio Médico de la Universidad
del Valle que de una manera u otra me ha
acompañado y me sigue acompañando en este proceso. Pero más allá de la
oportunidad en la atención, en otorgar las autorizaciones para realizar los más
variados y complejos exámenes diagnósticos y terapias, así como para reclamar los
medicamentos; lo que más agradezco ha
sido su trato humano, empático y de consuelo. Los doctores Olave, Restrepo,
Paz, Díaz, Rojas, también la jefe Gloria, me han ofrecido sus palabras
tranquilizadores cuando más las necesitaba. Me trataron como la persona y ser
humano que soy y no como el número abstracto y anónimo de las historias
clínicas que identifica a los pacientes en la mayoría de las instituciones de salud de este sistema que a
todas luces naufraga en la lógica del lucro y la ganancia empresarial, o de su
bancarrota.
Finalmente, quiero referirme
al título de esta entrada. Lo leí al azar, casi por suerte y en uno de los más
tremendos momentos de angustia, en una de las paredes de Holística Medicina Integral
donde el Dr. Augusto Ramírez atiende a sus pacientes con terapias alternativas
como la acupuntura y la homeopatía.
En mi quehacer docente y profesional
en una Facultad de Administración, son muchos los enunciados de Misión que leo como parte de la
caracterización y planeación estratégica
de las más variadas organizaciones. Para escribir esta entrada revisé los
enunciados de algunas entidades de salud. Las expresiones más frecuentes son ‘satisfacer
las necesidades de salud’,
‘la
competitividad, la labor en equipo, la excelencia, la humanización y
dignificación de la persona’, ‘mejorar la calidad de vida’ ‘ofrecer
calidad y seguridad en la atención’. Todas ellas son muy loables e
importantes de llevar a la práctica. Pero solo en ésta sentí que la misión de
la organización, más que un cuadro protocolario en la pared, se dirigía a mí
como paciente, como ser sufriente, como ser humano: ‘Consolar y procurar el bienestar
de las personas ofreciendo diferentes servicios de medicinas alternativas’.
Y en verdad, ¡Que tan
importante es consolar! Como formal gramatical que denota acción, el verbo, en sus diferentes acepciones implica
aliviar, ayudar, tranquilizar,
mitigar,
alentar, animar, confortar, calmar, desahogar,
serenar la pena, el disgusto, la aflicción, la pesadumbre, el
dolor, la congoja, el pesar, la consternación o la desolación de una
persona, en suma mejorar el
estado anímico. En un sentido amplio y general, y no solo en lo relativo a la
enfermedad física ¿Quién no requiere de consuelo, en estos días? De hecho,
consolar y procurar el bienestar de los demás debería ser, en aras de nuestra
condición de humanidad, la misión de todos nosotros. Un permanente y
elevado acto de altruismo y generosidad.
Puesto que consolar se relaciona con
alegría y tristeza les dejo con este fragmento del querido Khalil Gibran, hoy
que casi terminamos mayo.
Los dos cazadores
[Cuento. Texto
completo.]
Khalil
Gibrán
Cierto día de mayo Alegría y Tristeza se
encontraron a orillas de un lago. Se saludaron y se sentaron junto a las
tranquilas aguas y conversaron.
Alegría habló sobre la belleza que reina
sobre la tierra, del cotidiano encanto de la vida en el bosque y entre las
colinas, y de las canciones escuchadas al amanecer y al anochecer.
Y Tristeza estuvo de acuerdo con todo lo
que Alegría había dicho; pues Tristeza conocía la magia de la hora y la belleza
de aquellas cosas. Y Tristeza habló con elocuencia cuando se refirió a los
campos y a las colinas de mayo. Alegría y Tristeza conversaron un largo rato y
estuvieron de acuerdo con todas las cosas que conocían.
En ese momento pasaban por la otra orilla
dos cazadores. Miraron hacia la otra ribera y uno dijo:
-Me pregunto quiénes son esas dos
personas.
Y el otro dijo:
-¿Has dicho dos? Yo veo sólo a una.
El primer cazador respondió:
-Pero si hay dos.
Y el segundo:
-Según veo hay una sola, y el reflejo
del lago es sólo uno.
-No, hay dos -respondió el primer
cazador-. Y el reflejo sobre las aguas tranquilas muestra a dos personas.
Pero el segundo repitió:
-Sólo veo a una.
Y el otro:
-Veo a dos personas, y muy claramente.
Y, aún hoy día, un cazador dice
que la otra ve doble; mientras que el otro repite: "Mi amigo es algo
ciego".
FIN