A Dorys y Luis, mis padres
Pensando en mi amiga D.
Desde hace tres días la imagen de un martillo me persigue. No puedo dejar de pensar en ese objeto tan lejano y remoto a mi quehacer. Les
contaré como empezó esta especie de fijación y las reflexiones que me ha suscitado.
Gracias al riesgo que algún empresario nacional decidiera
tomar y a las maravillas de la tecnología digital, uno de los teatros de Cali
en donde usualmente se presentan películas comerciales, transmite los sábados a
mediodía las funciones de la Temporada de Ópera que se originan en el
Metropolitan Opera House de New York. La experiencia es genial y estimula todos
los sentidos. La pantalla de alta definición y un excelente sonido permite
apreciar las proezas, casi imposibles del canto lírico. Sopranos, tenores y barítonos
despliegan la más amplia y sofisticada gama de su técnica vocal, interpretativa y
artística. Se recrean historias: dramáticas
unas veces, cómicas otras, de crítica
social o de cuentos de hadas. Integran
las soberbias producciones artistas de primera línea, una orquesta magnífica, vestuarios de lujo, el maquillaje y la utilería que logran la
personificación y el detalle. Todo, en el marco de una asombrosa escenografía.
Una las ventajas
que tiene el ver estas producciones en el teatro de cine en Cali y no en el
teatro de Opera de New York reside en que, entre acto y acto, durante los
intermedios, las cámaras muestran al
público lejano lo que sucede del telón hacia adentro. En la función de hace tres días
era imposible no admirar como, en el breve lapso de 15 minutos, por obra, gracia, pericia y precisión de
técnicos y carpinteros, el hogar de hogar de ninfas fantásticas, un espeso
bosque nocturno y el lago que escondía en sus profundidades al duende del agua, se trasformaba en el palacio esplendoroso y fulgurante del príncipe
enamorado. Más sorprendente aún, apreciar cómo, para el último acto y en otros cronometrados 15
minutos, el palacio desaparecía para dar lugar nuevamente al bosque encantado. ¡Allí apareció el
martillo!
En efecto, la herramienta por excelencia en este montaje
y des-montaje (¿?) de escenarios es el martillo. Y por primera vez me di cuenta
que de los muchos, o pocos martillos que
haya podido ver en mi vida, ya sea en acción o depositados en alguna mesa o
silla, solamente había visto su mitad más promocionada. La parte del martillo
que sirve para clavar. La que golpea fuerte, la que asegura estabilidad, la que
por su acción construye y fija formas y estructuras.
Inevitablemente pensé en mi padre. El, ingeniero de
profesión, tenía el don de armar y construir cosas. Su caja de herramientas, aquella en donde el martillo y su hermano
mellizo el destornillador no podían faltar (además, por supuesto, de montón de
llaves inglesas y de otras nacionalidades, tuercas y tornillos de todos los
tamaños), era una especie de caja mágica
que resolvía los mil y un problemas de reparaciones domésticas, repisas
faltantes o estantes necesarios que mi
madre le solicitara. Siempre dispuesto y
hábil, mi padre entonces hacía gala de
sus destrezas.
Gracias al martillo de mi padre, atestigüé en mi niñez el despliegue de todos
estos artilugios de construcción y
fijación. Creo que desde esa época solo vi ‘esa mitad’ del martillo.
La que propicia una cierta inmutabilidad. No sé por qué, la idea de que un
clavo martillado en un punto preciso de la pared es eterno e inamovible, quedó también
fija en mí. Vista así, esa herramienta sólo
afianza, hace persistir, incrusta. Es tal vez de allí que proviene la expresión
que usamos en el lenguaje cotidiano para hacer referencia a la insistencia y a
una cierta terquedad: otro martillar, ya no el producido por el instrumento sino
por la expresión de la palabra.
Pero hace tres días, al ver la velocidad de acción de los
técnico y carpinteros para transformar la escenografía en la Opera, al producirse la metamorfosis vertiginosa del
ambiente, de repente vi ‘la otra mitad’ del
martillo. La que sirve para desclavar.
La que los conocedores llaman la uña
y se usa para remover lo que parecía
hasta no hace mucho inamovible. No pude evitar pensar que el martillo,
ese martillo con su doble función, es también un símbolo y metáfora de una cierta
actitud frente a las cosas, frente a la vida. Todo depende qué parte del
martillo usamos o preferimos usar. La que busca permanencia e inmutabilidad, o
la que desarma para dar lugar a nuevas formas, cambio y variación.
A pesar de que pareciéramos centrar la atención solo en la
parte del martillo que fija y da permanencia, éste es todo y uno cuando también vemos la parte
que promete transformación y cambio. Al
final, en el flujo constante que es la vida, todo cambia. Como dice la canción.
Todo Cambia
Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia el más fino brillante
De mano en mano su brillo
Cambia el nido el pajarillo
Cambia el sentir un amante
Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia el sol en su carrera
Cuando la noche subsiste
Cambia la planta y se viste
De verde en la primavera
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi tierra y de mi gente
Y lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo
Cambia el clima con los años
Cambia el pastor su rebaño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia el más fino brillante
De mano en mano su brillo
Cambia el nido el pajarillo
Cambia el sentir un amante
Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Cambia, todo cambia
Cambia, todo cambia
Cambia el sol en su carrera
Cuando la noche subsiste
Cambia la planta y se viste
De verde en la primavera
Cambia el pelaje la fiera
Cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño
Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi tierra y de mi gente
Y lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana