En donde me
encontraba, los gritos ya fueran de
alegría o de enojo, están tácitamente
vedados. Se consideran agresión. Pitar, o sonar la bocina del automóvil,
sólo se hace en caso de extrema urgencia, de lo contrario, el autor se hace
acreedor a una cuantiosa multa. Escuchar música individualmente, requiere el
uso de audífonos. Nadie escucha los gustos musicales del vecino. En los trenes
existe el vagón del silencio, identificados con una gran S. Allí está prohibido hablar con los compañeros de viaje, hacer
uso del teléfono móvil o producir cualquier tipo de ruido molesto, so pena de hacerse acreedor al llamado de atención de
quienes controlar el tren. Se aprecia el silencio. Se exige.
En donde
estoy ahora, pareciera suceder lo
contrario. Se aprecia el ruido.
Los
automóviles pitan antes de la milésima
de segundo existente entre el momento en que el semáforo cambia de amarillo a
rojo. Pitan para saludar, pitan para alabar la belleza de la linda chica que pasa caminando, pitan para
insultar, pitan para pedir permiso para cometer una falta de tránsito con la
anuencia de todos los demás conductores
que, más tarde o más temprano cometerán la misma falta, es la costumbre. Pitan
para anunciar que llegaron, pitan para avisar que se van.
La música, en
toda su enorme variedad (vallenato, salsa, reggaeton, balada,
rock y cualquier que usted pueda imaginar), las más de las veces a ensordecedores volúmenes, es
protagonista omnipresente: en los buses,
en las taxis, en los carros particulares, en los supermercados, en los centros
comerciales. Y cuando no es música, entonces son los programas radiales o televisivos que difunden desde lo baladí hasta lo
trascendente. Desde el más reciente escándalo del actor de moda hasta la noticia internacional del último minuto.
Eso sí, sin faltar en algún momento la narración emotiva y exuberante del
partido del futbol del momento y, luego, el interminable análisis del encuentro,
de la acción de cada uno de los
jugadores y, por supuesto, de la estrategia del director técnico, También sorprende
la simultaneidad de los sonidos. La radio, la televisión, el teléfono móvil, los
videojuegos, todo a la vez. Se aborrece el silencio.
Más allá de
los contextos, las historias y las diferencias culturales, estas divergencias
y sus implicaciones plantean interrogantes. ¿Por qué, a toda costa, parece que quisiéramos
escapar del silencio? ¿Por qué el miedo ante la ausencia del sonido? ¿Es el
bullicio una forma de eludir lo que no se quiere enfrentar?
La verdad, no
lo sé. Cada uno puede encontrar sus
propias respuestas. De pronto se detesta el silencio por su frecuente asociación
con la enfermedad, la tristeza y la muerte. Se le invoca en los momentos de
angustia y desconsuelo. En el hospital, a la hora de visitar enfermos se encuentra la señal que pide silencio. En el funeral se impone el
silencio, a lo más, el susurro.
El ruido distrae
y llama los sentidos hacia la fuente del
sonido y su emisión. Nos desvía de nosotros mismos, nos vierte hacia el
exterior. Impide pensar.
El silencio es
necesario. Invita a la reflexión, a la
meditación, a la introspección, al encuentro con el ser interior y su estado.
Allí donde se es lo que se es, sin velos ni ocultamientos.
Entre el
ruido y el silencio se encuentra universos de posibilidades para el crecimiento
espiritual, la creatividad y el desarrollo personal. El tema no es nuevo. Ya en
el siglo XVI, Fray Luis de León, luchando contra sus propias pasiones y en
búsqueda del apartamiento de las tentaciones del mundo, en uno de sus más
bellos poemas acuñó la expresión que aún hoy llega hasta nosotros a veces fuera
de su contexto: ‘el mundanal ruido’. Aquí
los versos sugerentes del poema:
Vida retirada
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Fray Luis de León
Ruido y silencio han sido temas para los
poetas de todos los tiempos. Para la muestra este bello poema de Octavio Paz,
en donde tal vez se encierran claves certeras para resolver esa tensión permanente,
esa contradicción ineludible entre el ruido y el silencio. Escuchemos al poeta:
Silencio
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.
Octavio Paz