Pensando en Y.B.D, J-M.L y J.R.CH.
Quienes mucho han conversado en un
Café
Café
Hace ya más de dos
décadas llegó a mis oídos, como un rumor en medio del tumulto, el nombre de dos
Cafés muy importante en Paris, El Café de Flore y Les Deux Magots. En aquella
época, de ellos solo supe que eran lugares de encuentro de intelectuales, artistas
y turistas. También supe que, por alguna razón que no comprendí bien ni me
interesó comprender, algunos de mis amigos preferían reunirse en el Café de Cluny.
Conversaban, hacían planes y proyectos grandiosos y sobre todo consolidaban su
amistad.
En 2006, en
camino a un evento académico, pasé por Paris y quise que mis pies buscaran sus
pasos en lugares recorridos dos décadas
antes, pero también que siguieran los de
aquellas regiones que, por una u otra razón, se habían quedado solo en el deseo
y en el recuerdo de los rumores. Descubrí destellos de la maravillosa
ciudad y en el recorrido, también me descubrí. Las estrechas callejuelas, el concierto de órgano solo para
mí en una pequeña iglesia del Barrio Latino y por fin… El Café de Flore. Sin
saber con exactitud donde me encontraba excepto por el recuerdo de aquellos rumores
de antaño, me senté allí a tomar un café y a ver pasar el bullicio de la vida parisina por cerca de tres horas sin que nadie
me molestara.
El recuerdo sereno
y feliz de esas horas allí pasadas hace poco me llevó de nuevo a ese
lugar de la ciudad. Esta vez, de manera intencional y planeada, me informé
sobre la historia de estos Cafés y me maravillé
al saber lo importante que puede ser un
Café. En el Café de Flore y Les Deux Magot largas horas pasaron Guillome Apolinaire,
Lous Aragon, André Gide, Picasso, Jean Paul Sartre, Simone
de Beauvoir, Hemingway, Truman Capote, Lawrence Durell y Ernesto Sábato, entre
muchos otros. Se dice que, durante la segunda Guerra Mundial y la ocupación
alemana de Pari, Sartre escribió "Durante
cuatro años, los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad". Por alguna extraña razón los nazis no se
aproximaron al lugar. Hoy, ambos cafés continúan entregando anualmente premios
literarios a jóvenes talentos bajo la guía de jurados prestigiosos. Estos dos
cafés y muchos otros en Paris (y seguramente en otras ciudades) siguen vivos y
cumpliendo un importante papel como espacios
de socialización y de promoción de la cultura.
Foto: Karem Sánchez de Roldán
Guardadas las proporciones
recordé, también como un rumor en medio del tumulto, la misma aureola de importancia que rodeaba en
Cali al Café de los Turcos. Un lugar emblemático de la ciudad, punto de encuentro, conversación y tertulia de escritores, poetas y políticos. No en ese
contexto, sino más bien en el de almuerzo dominguero familiar varias veces
estuve con mi esposo e hijos en El Café de los Turcos. Era encantador. Creo que íbamos
buscando las huellas perdidas de un
antepasado no lejano del que nos hubiera gustado conocer más. Según supimos, en décadas ya idas frecuentaba el lugar. Ese tácito deseo de encontrar parte de
raíces nos movía. Creo también que íbamos buscando las
fragancias, aromas y sabores de platos que nos transportaban con el recuerdo a la atmósfera de las tierras
sagradas de Haifa, Akka y Bahji hacia donde el corazón y un poderoso vínculo espiritual nos dirige.
El ritual comenzaba
con el jugo de mandarina, luego los platos fuertes. Todavía recuerdo la cara de
asombro del mesero cuando le solicitábamos lo que él llamaba ‘esa sopa fría’: yogurt con cocombro pimienta y sal que en el menú aparecía como ‘sopa árabe’. Con
ella nos deleitamos así como con el humus y la berenjena, el tabulé y otras delicias de platos de la
cocina levantina. Como postre, esperábamos
la llegada de los greibis y baklawas, guardados en grandes frascos
de vidrio con tapa blanca que reposaban sobre un escaparate antiguo cerca del
mostrador principal. Y por supuesto, no podía faltar el espeso café árabe.
Desde nuestra
mesa, siempre la misma a la derecha y cerca de la ventana que daba a la calle,
veíamos tanto el decorado general, sencillo
y algo anticuado a mis ojos, y a los demás comensales y visitantes: algunas familias
como nosotros, otros, políticos, intelectuales, académicos, ‘gente de la
cultura’. Todo le concedía al lugar esa
atmósfera mágica que emana de la conversación profunda, de los proyectos por
realizar, de los planes por afinar, del proyecto de historia, novela o poesía
hacia el futuro. Se conversaba, se discutía, se argumentaba… se soñaba en medio
de los aromas del café y a su propio ritmo.
Foto: Vive.In http://cali.vive.in/restaurantes/cali/cali_restaurantes/cafelosturcos/LUGAR-WEB-FICHA_LUGAR_VIVEIN-4171197.html
En aras de la
renovación urbana, El Café de los Turco, ya no existe más. Hace un mes largo
fue demolido. Vi las imágenes de su destrucción que circulan por internet.
Simultáneo con el sonido del estallido mortal, sentí un nudo en la garganta.
Como cuando fallece un ser querido. No solo era un lugar especial de encuentro el
que desaparecía. Era el símbolo de una forma de estar y un tempo
el que se acababa. ¿Podrán Starbucks y
Juan Valdéz reemplazarlo? No lo sé, sin embargo, sigo pensando en la importancia
de un Café.
En un Café
A
veces me metía en un café
acompañado
de mi soledad
y quería pensar y no
pensaba
porque en la esquina del
tumulto ajeno
me convocaba algún silencio
simple
uno es tan único que no
consigue
ser
como otros y menos no sernos
levantamos y desmoronamos
con
los recuerdos o
con los despistes
mirarse
adentro puede tener gracia
y también puede convertirse
en duelo
nos conocemos tan
precariamente
que
respiramos y eso nos asombra
el corazón aporta sus
latidos
y
los sentimos con un ritmo ajeno
es cierto / me metía en un
café
y los otros pasaban y
pasaban
pero no me dejaban ni un
vistazo
para
que lo escondiera en mi guarida
Mario
Benedetti
Testigo de uno mismo